Vampiros modernos, apetitos peligrosos y un nuevo festín criminal
En esta entrega de Inteligencia Natural hablaremos del colapso del progresismo moralizador, la economía vampírica del presente y de cómo el poder tecnofinanciero fabrica ilusiones crueles de libertad.
Creo que nunca lo he dicho exactamente así, pero Inteligencia Natural se nutrió en sus inicios de las energías excedentarias de la depresión. Desde antes de escribir la primera entrega sabía que necesitaba reconducir los saldos libidinales de la tristeza hacia un trabajo capaz de transformar los impulsos autodestructivos en objetos y, por ende, protegerme de mí mismo.
Funcionó: primero como terapia ocupacional, pero luego como perspectiva. Entendí que la lucidez y la tristeza comparten nutrientes bastante útiles para interrogar el hedonismo voraz del mundo en que vivimos. Se puede estar compungido sin ser necesariamente un llorón y se puede estar genuinamente alegre sin caer en la caricatura de quien solo sabe procesar el gozo con exhibicionismo o con consumo.
Eso, más o menos, fue lo que aprendí estos dos años al frente de este boletín.
Lo otro que entendí es que ya no me interesa tanto ese mundo tal y como podría hacerlo un corresponsal de noticias internacionales, sino como lo propuso V.S. Naipaul: el mundo como ese lugar al que entras cuando te pones a pensar. Una materia densamente generosa que está ahí, abierta, disponible, para quien quiera atravesarla sin mayor ambición de dominio. De ahí que pueda asociar las figuras que aparecieron entre los sedimentos de aquella depresión con un posible método de lectura del exterior a partir del autoexamen. Eso tiene varios riesgos, claro, pero ahora solo se me ocurren dos: convertir los hechos en una especie de fantasía impromptu al servicio de la gula emocional y –el que me resulta más cercano– caer en la falsificación para sostener a un personaje inteligente.
Lo cierto es que algunas cosas han cambiado.
En primer lugar, ya no me siento tan triste como cuando comenzó todo esto, lo que incorpora: a) una inclinación natural hacia la esperanza (“Si no tienes pensamiento no tienes esperanza”, dijo Ciro de Alejandría) y b) la reconciliación con una lógica bastante elemental: si me preocupo por transferir los excedentes del pesimismo a la orilla opuesta de la autodestrucción, entonces estoy del lado de la vida.
Y, en segundo lugar, ya no me cuesta tanto comprometerme con la densidad opinática de este boletín, que es otra forma de decir que ya no me obligo a la imparcialidad como estrategia editorial para agradar, como cuando enloquecía por escribir op-eds en los periódicos. La capa de contraste necesaria en todo texto que se anime a decir algo medianamente válido de la realidad la obtengo de la fuente que el tatarabuelo Montaigne nos enseñó a todos: el trabajo estimulante de la investigación interior.
Creo que como civilización avanzada del siglo XXI tenemos suficiente conciencia de que todo aquel que se jacte de tener la verdad absoluta de su lado es un probable agente del mal y que empeñarse en tener la razón es el 98% del tiempo un espantoso despilfarro energético o al menos una ilusión algorítmica, tal como nos demostraron nuestras viejas amigas, las redes sociales. Lo que quizá no tenemos demasiado asimilado es que en las profundas contradicciones, virtudes y oscuridades de cada quien hay un poco de aquella materia generosa capaz de arrojar alguna luz válida para otra gente, pero primero habría que devaluar la voluntad de dominio y, bueno, tenemos al menos cinco milenios en esa pelea.
Sirva todo esto como una especie de anuncio de lo que será la orientación editorial de Inteligencia Natural en 2025 (quizá ustedes no perciban ningún cambio significativo, de modo que el prólogo puede ser más una toma de conciencia para mí) y como una introducción a la entrega de hoy, hecha de recortes algo frenéticos de una realidad que se aceleró demasiado con el cambio de año.
Quisiera, entonces, comenzar este recorrido revisando tres señales que he percibido a veces como un rumor angustiante de baja intensidad y a veces con cierto aplomo conceptual que me arrastra a momentos de mucha excitación, cuando no de intensa amargura:
1. Enjambres
El Estado es tu enemigo –o en todo caso no es tu aliado–, lo que implica abandonar la comodidad de pensar en el Estado bajo la antigua promesa democrática y empezar a verlo como una serie de alianzas tecnofinancieras encubiertas bajo el espectáculo de la política, con alcances abiertamente inhumanos cuando no tendencialmente criminales. Si necesitamos una imagen concreta para pensar en esto, bastaría con ver a Elon Musk haciendo el Sieg heil en la celebración por la investidura de Donald Trump, días después de que los desechos de su megacohete espacial cayeran sobre las playas del Caribe.
No estoy diciendo que el magnate tecnológico sea el nuevo Hitler ni que la raza humana esté a seis meses su extinción (eso es lo que pensaría si me quedara encapsulado en los “momentos de intensa amargura”): solo estoy intentando dibujar la silueta de un sistema supranacional que reconoce el supremacismo racial, el bombardeo de las terminaciones nerviosas de los seres humanos y la polución ambiental como una misma posibilidad política al beneficio de… nadie.
2. Vampiros
Este sistema, cuyo linaje mítico podría ser vampírico, se alimenta de fluidos biológicos vitales. Ajá. Estoy hablando de sangre muy real (tanto de cadáveres “producidos” en guerras proxy y en líneas de distribución de Fentanilo, por decir lo menos, como de cuerpos “ilegales” que son desechados en las fronteras del Tercer Mundo, a la manera de la chatarra electrónica que termina en oscuros talleres de Ghana o de la India causando graves problemas “para su desarrollo” –vean Compra ahora: la conspiración consumista si les parece exagerada la comparación) y sangre metafórica, en tanto involucra la tracción sanguínea de millones de personas trabajando hasta la extenuación, pagando deudas interminables, impuestos altísimos y devaluaciones continuas para alimentar esa gran maquinaria voraz que, como advirtió cínicamente el saliente Joe Biden, tomará la forma de una oligarquía de ultrarricos que no va a hacer nada por ti ni por mí.
Ahora que lo recuerdo, en una de las entregas del año pasado reflexionaba sobre algo similar: cómo todas las historias de nazis terminan siendo historias de vampiros, bajo la óptica de Götz Aly y la burbuja consumista de la burguesía alemana de los años 30, representada magistralmente en la película Zona de interés, de Jonathan Glazer. La premisa era básicamente esta: la utopía del Tercer Reich tenía que ver con engrosar el presupuesto de la nación a partir de la exterminación de bocas inútiles y el expolio de países culturalmente inferiores.
Ahora que acaban de cumplirse los 80 años de la liberación de Auschwitz-Birkenau, bien valdría darle un vistazo:
La deuda intelectual de este segundo punto se la reconozco a Nosferatu, la nueva versión cinematografía dirigida por Robert Eggers –por cierto bastante fiel al clásico de Murnau de 1922, aunque con una estética medio Sleepy Hollow– cuando el Conde Orlok, con su cuerpo lleno de llagas purulentas y sus pezuñas que vuelan como un megacohete sombrío sobre la ciudad de Wisborg, le dice a Ellen Hutter en una de esas noches tremebundas:
“Solo soy un apetito. Nada más”.
3. Apetitos
En abril de 1996, David Lipsky, un joven periodista de Rolling Stone, viajó hasta Bloomington para entrevistar al también joven David Foster Wallace, quien estaba a punto de terminar la gira de lanzamiento de La broma infinita. En la entrevista, a ratos una conversación casual entre amigos no muy cercanos y a ratos un diálogo tenso entre dos visiones de mundo, Foster Wallace ya podía ver exactamente lo que venía con respecto al internet y el aislamiento, con sus respectivos daños y beneficios colaterales:
“Pues llegará un momento en que tendremos que desarrollar algún mecanismo, en nuestras mismas tripas, que nos ayude a manejar todo esto. Porque la tecnología no va a parar de mejorar y mejorar. Y cada vez va a ser más y más fácil, y más y más práctico, y más y más placentero, estar a solas con imágenes en una pantalla que nos han proporcionado personas que no nos aman y solo quieren nuestro dinero”.
Ese escenario, que para entonces tenía cierto tinte apocalíptico, ahora se ha vuelto tan natural que resulta muy difícil de combatir si no es con una disposición de carácter hasta cierto punto contracultural (perdónenme la palabra tan gastada, pero no consigo otra capaz de retratar esa oposición a la cultura dominante desde la misma cultura). No es descabellado pensar que ese mecanismo del que hablaba Wallace tiene que ver con una especie de regulación del apetito cerebral y corporal frente al río violento de estímulos que nos ataca todos los días. Una forma estratégica de ayuno que, si bien hace dos décadas podría parecer un sacrificio excéntrico, ahora tiene cierta urgencia económica, mental y moral.
La historia del campamento de migrantes en el centro de la Ciudad de México será mi primera entrega especial de 2025. Si me invitas un café para apoyar la creación de esta crónica recibirás el texto completo en un PDF exclusivo.
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Bien, arrojadas estas señales –o más bien estos acuerdos preliminares– que necesitaba sacar de mi cabeza para poder examinarlos, ahora continúo la numeración con algunos apuntes sueltos sobre cosas que he visto las últimas semanas:
4. Tonos
“Nada es tuyo: las cosas pertenecen al lenguaje”. Esta frase de Julián Herbert me hace pensar, por una parte, en la entrada de Cien años de soledad al pelotón de fusilamiento del streaming, con sus respectivos sinsabores técnicos y culturales (cómo traducir a la pantalla algo que es pomposo, violento, alucinante, desolado y florido a la vez, y cómo preservar la vigencia del realismo mágico en una era de hiperrealismo hedonista-consumista-happycrático y en objetos de limitada exigencia intelectual), y por otra a la necesidad de prestarle mucha, mucha atención al lenguaje, no tanto en plan los Cuatro Acuerdos del doctor Ruiz, sino en su naturaleza dual de creación/destrucción en nuestra exposición diaria al aluvión de odio, mentiras y ofertas de todo tipo que llega nosotros a velocidades verdaderamente letales.
Si elegí la adaptación a Netflix de la novela de García Márquez (en realidad elegí la condenada voz desabrida del narrador en off, que es la que se supone que tiene la responsabilidad tonal de sostener el vallenato de 450 páginas / 8 capítulos, pero que termina siendo un contracanto ramplón, nada mágico ni festivo, sino involuntariamente cínico) para refrescar algunas consideraciones sobre el lenguaje, es porque creo que hay cosas que solo pueden existir adecuadamente cuando son dichas. No mostradas, no representadas, no actuadas: dichas. Y en este imperio alocado de la imagen en que vivimos esto puede adquirir una resonancia más seria de lo que parece.
La injusticia del formato audiovisual sobre la voluntad narrativa de Cien años de soledad puede no ser solo un problema técnico, sino un síntoma de la inadecuación de un tono trágico, ingenioso y lleno de un ímpetu capaz de regodearse al mismo tiempo del absurdo que del dolor, al clima ideológico de una época que demanda precisamente lo contrario.
Lo que se me ocurre para zanjar este asunto es un remix nada original entre Adorno y Walter Benjamin: “todo documento visual de realismo mágico después de la pandemia es un acto de barbarie”.
5. Abandonos
Estamos probablemente ante la caída en picada de la política identitaria, algo que me alegraría más si no hubiera una escalofriante operación del capital detrás. De pronto la élite Fortune 500, con Ford, Meta, Walmart y McDonald’s a la cabeza, abandona al unísono los programas de raza y género, las políticas de inclusión, diversidad y equidad, y cierran filas en su core business, que es otra forma de decir: “a lo que vinimos”. El caso más interesante me parece el de Disney, hasta hace poco uno de los voceros más activos del wokeness estratégico: de un día para otro declaran que ya basta de hacer política y que vuelven al oficio del que jamás se han debido alejar: entretener familias.
No es difícil adivinar que esta decisión “socialmente responsable” tiene su origen en una figura chartista: el éxodo acelerado de usuarios con poder adquisitivo y control parental (Gen X y millennials, por ejemplo, hoy los más propensos a llevar a un niño a ver Mufasa con la expectativa de encontrar una historia conmovedora del ciclo sin fin de la vida en las sabanas de Milele y no un tratado hiperconsciente de los derechos de las minorías y las disidencias sexuales en cuerpos felinos sedientos de autoafirmación) y la desatención sostenida a las enormes mayorías de familias nucleares, heterosexuales, blancas y de clase media con algo de dinero en el bolsillo para comprar, daba como resultado una proyección económica catastrófica.
Como quiera que sea, a mí me pasó lo mismo que a muchos de mi generación: lo que en 2019 parecía una invitación legítima y estimulante a discutir temas de igualdad y progresión de derechos civiles, en 2025 se convirtió en el residuo de una obsesión malhumorada, tiránica y policial, que empezó a distribuir culpa, luego miedo y luego un terrible aburrimiento. Esto, por supuesto, tiene también que ver con el realismo capitalista, para decirlo en los términos de Mark Fisher, que captura las energías genuinas de la sociedad para convertirlas en mercancía arrojadiza al beneficio de… nadie.
6. Trincheras
Otra vez David Foster Wallace, pero ahora en El Dostoievski de Joseph Frank, un ensayo muy agudo sobre las posturas cínicas de la intelectualidad frente a los grandes asuntos morales, donde se pregunta si acaso la cultura de “escepticismo congénito” de nuestro tiempo no ha implicado un abandono del terreno ideológico, dejándolo en manos de fundamentalistas, milicias derechistas, teóricos de la conspiración…:
“Y en el mundo académico y de las artes, del cada vez más dogmático y absurdo movimiento de lo Políticamente Correcto, cuya obsesión con las simples formas de la elocución y el discurso demuestran a las claras cómo de afectados y esteticistas se han vuelto nuestros mejores instintos liberales, cómo de alejados están de lo que es realmente importante: la motivación”.
Esto lo escribió en 2004, pero si alguien se pregunta hoy por qué Donald Trump llegó al poder otra vez, por qué el progresismo devino en un cuerpo policial intransigente, por qué las cuestiones de identidad agarraron de pronto una furia separatista y por qué el abandono súbito de esa misma política identitaria trajo consigo la coronación de un conservadurismo tecnofinanciero reaccionario, ahí hallará la respuesta: hemos aflojado la voluntad de afrontar las circunstancias culturales hostiles llamándolas por su nombre, como dijo Wallace sobre Dostoievski, y hemos quizá confundido creencias firmes y convicciones abiertas con trincheras ideológicas de una guerra al servicio de… exactamente.
Creo que acaba de surgir una chispa de ironía y quiero intentar atajarla: esos instintos liberales esteticistas, petrificados por el mal humor de la política identitaria, en su afán por diseminar la mentalidad inclusiva por toda la sociedad, olvidaron por completo las aspiraciones legítimas de las mayorías, incluidas las genuinas inquietudes progresistas y democráticas que sabemos que tienen las clases trabajadoras, aún si carecen de los dispositivos académicos, retóricos o económicos para canalizarlas más allá de las puertas de sus hogares. Esto las convierte ahora en las destinatarias heroicas del discurso reaccionario de los poderosos. La pregunta, por supuesto, es si esto es necesariamente algo bueno. Me permito dudarlo.
7. Espectáculos
Ampliando un poco la imagen retorcida del punto 1 de esta misiva, resulta difícil aceptar que un discurso “motivacional” de un magnate tecnológico dirigido a 4,500 alemanes eufóricos en un mitin del AfD tenga como mensaje central el olvido de las atrocidades del pasado reciente y la transferencia de la responsabilidad histórica nacional a las tumbas de los bisabuelos, para luego regresar a la retórica del orgullo racial como fuente de energía y legitimidad, como si nada hubiera ocurrido. Ya sabemos que todo lo que venga de la política pasa primero por el tamiz del espectáculo, pero tenemos derecho a preguntarnos si acaso la ideología libertaria (que incluye por igual al magnate con Asperger, al hombre con patillas de Sandro que se sube a un escenario con una motosierra y al jovenazo con barba de emir dubaití que se jacta en TikTok de haber convertido un hervidero de pandillas en un criptoparaíso) no contiene cierta afirmación de crueldad disfrazada bajo ademanes pintorescos.
Y la otra pregunta, dado que libertario no solo es un término ajeno a la tradición política de América Latina, sino un verdadero arroz con mango que contiene trazos de metafísica, anarquismo, teología y libre mercado, es: liberarnos de qué. Si nos libraron del peligro de que llenen a nuestros niños de a) hormonas para cambiarlos de sexo en las escuelas o b) jarabes de alta fructosa y benzoato de sodio en los alimentos que llevan en sus loncheras; si nos libraron de la izquierda estilo Nicolás Maduro y Daniel Ortega o solo del avance mediático del discurso socialista de Alexandria Ocasio-Cortez; si de verdad-verdaíta están proponiendo, por ejemplo, que todos tengamos educación financiera gratuita para no caer en los tentáculos de las aseguradoras y los bancos o solamente están ofreciendo recortes fiscales para la recuperación de los índices de una economía al servicio de…. No sé, creo que estoy pidiendo demasiado a un espectáculo, que vendría a ser algo así como pedirle al show de Jimmy Fallon que nos ayudara a entender por qué estamos tan solos en el mundo, por qué las esferas celestes tienen una sola voluntad mientras que nosotros, los humanos, tenemos tantas y tan inestables, y si es cierto que compartimos el carbono con las estrellas.
8. Versiones
Empecé el año viendo La sustancia, la película de Coralie Fargeat, por cuya actuación Demi Moore se ganó el primer Golden Globe de su carrera (miren, no sé ustedes, pero eso a mí me resultó tan descorazonador como saber que los cárteles de droga son en el fondo organizaciones neoliberales: ¿cómo es que aquella megaestrella que capturaba todos mis sueños eróticos en las pantallas temblorosas de Radio Caracas Televisión metiéndole mano a una vasija de arcilla en un torno junto al fantasma perfectamente peinado de Patrick Swayze no era más que una actriz de segunda?), y salvo por la secuencia final, cuya exageración grotesca tiene un fin narrativo y moral en sí mismo, me pareció una película interesante, y quiero cruzarlo con los puntos 1, 2 y 3 de esta misiva en picada: la historia de Elisabeth Sparkle es prácticamente la historia de alguien que se devora a sí mismo.
Eso me pareció suficiente para saber que nadie va a venir como el Conde Orlok a robarte el alma con sus uñas sucias de tierra funeraria rumana, sino que ya está llegando en forma de objeto empaquetado con colores vivos y una logística impecable tipo Amazon con el imperativo irrealizable y peligrosamente mortífero de ser “tu mejor versión” (estuve en una secta psicótico-capitalista de este tipo y sé lo terriblemente perniciosas que resultan a la cabeza y al espíritu; estoy preparando una crónica extensa al respecto, pero este no es el momento para decir más). Lo cierto es que estas versiones actualizables de las que tanto habla cierta voz de la cultura no tiene nada que ver con la realización personal, el gozo interior y la emancipación, sino con una escalera infinita de facturación ascendente y el acceso de por vida a una especie de membresía a niveles vibratorios superiores donde se puede ser cada vez más bello, más rico, más… apetecible.
9. Expulsiones
Hablar de deportaciones masivas, de expulsiones ejecutadas por la burocracia estatal, de trenes y aviones organizados logísticamente para deshacerse de cientos de miles de seres humanos en una fecha tan relevante para la memoria de Occidente como lo es la liberación del símbolo Nº 1 del holocausto Nazi tiene demasiadas aristas escalofriantes. Hemos entrado en una etapa muy difícil para la migración y especialmente árida para los Derechos Humanos, sobre todo si entendemos por humanos solo a aquellos que tengan o un permiso de residencia permanente con cero infracciones de tránsito en su haber o una paciencia de hierro para vivir vidas de mierda en los limbos fronterizos del Tercer Mundo o una voluntad casi estoica de permanecer al borde de la muerte en sus países de origen.
La Gran Deportación de Donald Trump, sin embargo, tuvo un interesante plot twist que podría ocasionar algún viraje en los días por venir: el día después de la toma de posesión, amanecieron cerrados –o al menos con una tremenda baja de insumos y de personal– varios negocios generalmente atendidos por latinos. Hablamos de supermercados, restaurantes, almacenes, empresas de logística, conductores, repartidores, todos aquellos que hace apenas cinco años fueron llamados “héroes” por sostener la economía básica mientras la salud mundial se iba a pique.
Sabiendo que hay toda una estructura clientelar detrás de la política migratoria de Estados Unidos (básicamente mano de obra subpagada y sin seguridad social que atiende el estrato más presionado del comercio, reportando además aumentos nada despreciables en los márgenes de ganancia de los negocios) y uniéndolo con la crisis laboral alimentada por el WASP de clase media, no solo resentido por los abusos financieros sino negado tradicionalmente a encargarse de trabajos reservados a ciudadanos de segunda, podría preverse, no sé, una llamada desde la asamblea de accionistas de McDonald’s o de Walmart a la Casa Blanca para bajarle dos rayitas a la deportación masiva, a riesgo de incurrir en un gigantesco “un costo de oportunidad”, al perder de esa manera tan burda una mano de obra que es plusvalía en pasta para la nación.
Ya sé: estaría diciendo con esto que es el capital mismo el que podría salvarnos de prácticas potencialmente genocidas, así que San Mark Fisher, ven en mi ayuda.
10. Enjambres
Desde finales del año pasado he estado elaborando sobre la idea de que el Tren de Aragua, la primera corporación criminal transnacional made in Venezuela y ahora organización terrorista extranjera bajo la mira de Estados Unidos, más que ser solo una consecuencia del desmoronamiento absoluto del Estado chavista y el ascenso de sus múltiples derivados criminales, es también el síntoma de un nuevo arreglo continental donde el programa neo-perverso-liberal de estas organizaciones encaja a la perfección con el enjambre de alianzas tecnofinancieras vampíricas a las que me referí párrafos atrás.
Para nada es casual que la migración masiva –a saber la fuente más copiosa y rentable de “mercancías” para el tráfico humano– sea el eslabón que une, por ejemplo, al Tren de Aragua, los cárteles mexicanos y la política migratoria binacional. La relación económica depredadora y parasitaria entre los antiguos líderes del paraestado penintenciario y las víctimas del desangramiento poblacional venezolano involucra alianzas geopolíticas serias, lealtades criminales que cruzan fronteras y prácticas inhumanas no demasiado distantes de ciertas propuestas al beneficio, ahora sí, de la-na-ción.
Mucha de esta elaboración va a estar en la crónica extendida de Ciudad Carpita, el campamento de migrantes en pleno centro de la Ciudad de México, así que no lo duden ni un minuto e invítenme un café para leerla.
Aunque sea difícil de demostrar, soy un tipo optimista. O dicho de otra manera: cuando gano lucidez no estoy necesariamente del lado de la catástrofe. Obviamente no voy a convertir esto en una galería de noticias hipocalóricas estilo “niño con astigmatismo de la sierra de Perijá gana olimpiada de matemáticas puras”, que me parece precisamente la trampa para hacernos creer que el optimismo es ridículo.
El mío sigue más bien el rumbo de una chispa persistente, incluso en la oscuridad más absoluta, o para decirlo con palabras de Auden, de una flama afirmativa que busca brillar entre los irónicos puntos de luz que salen de los mensajes de los justos: la certeza de que estamos vivos y mientras estemos vivos tenemos lenguaje y mientras tengamos lenguaje tenemos maneras de combatir.
Así que los invito a que me acompañen en el tercer año de Inteligencia Natural, que será algo diferente a los dos anteriores. Tal vez más cartas en collage como esta, más crónicas impublicables en medios tradicionales, más colaboraciones con mentes brillantes, pero con otra periodicidad: ahora este boletín se entregará el último viernes de cada mes.
Voy a mantener los viernes porque me gustan, pero aparte de que estoy en medio de algunos proyectos muy importantes que están tomando forma y que más adelante les contaré, bajar la periodicidad tiene la intención de que cada entrega aumente en calidad y pertinencia.
Me despido con unas líneas que escribió Susan Sontag en su diario de 1965 y que me parecen el epígrafe perfecto para invocar la buena suerte de este año:
“No me interesa que alguien sea inteligente; toda situación entre personas, cuando son verdaderamente humanas entre sí, produce inteligencia”.
Así que a proteger nuestros tejidos corporales, mentales y lingüísticos que, como bien podemos suponer, conforman el menú predilecto del nuevo Conde Orlok.
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